Mi visita por la Torre Eiffel
Podría googlear que significa y quedar joya. Podría haberlo
sabido antes de viajar a Francia. O podría contarles lo que sentí.
En general, te piden que leas. Que sepas algo de lo que estás
yendo a ver. Una idea de ponerte en “climax” de “aprovechar la oportunidad que
otros no tuvieron”, puede ser. O no.
Escribo después de cinco meses de haberla visto: LA ADORÉ.
Amé ese espacio. Amé verla real. Es grande, muy grande, es
imponente, es robusta y sobretodo es HERMOSA.
Es que, simplemente se sintió como en una película (también me pasa eso cuando
camino por la calle con auriculares y me flashea un tema). Igual que cuando te
gusta mucho una película o una música y no sabés que hacer con eso, hay como un
conflicto hasta que te dás cuenta que lo único que realmente podés hacer es disfrutar.
Hay picnic alrededor. Mucho. Todos. Hay espacio, podés estar
donde está todo el mundo o podés alejarte.
Hay muchos cuervos (como hay palomas en buenos aires).
Hay flora y fauna de turistas y de gente de ahí. Sobre todo
escolares, nenitos salidos del jardín hablando en francés, jugando en francés, peleando en francés.
Mi torre Eiffel fue de queso… cerezas, bananas y baguette.
Mi torre Eiffel fue de besos…de sol, siesta y placer.
Mi torre Eiffel fue de escalones… de arte callejero,
caminata y querer.
Mi torre Eiffel fue mía. Fue nuestra. Nuestra Luna de Miel.