Dice una niña a su árbol de canelo:
-Tengo un solo deseo
para que me cumplas: quiero un beso.
-¿Qué beso querés?-
dice el Canelo.-No sé bien, un beso... Sos un árbol, el beso que puedan dar los árboles.
-Soy un Canelo. Puedo dar muchos besos. Pensá en que beso querés…
- ¿Será quizá un beso que presione el extraño mundo del alma para que escurran rayos de luz? ¿Un beso quite la sed? ¿Qué agradezca la vida? Ese es un beso que condena niña, un beso que aprisiona el deseo.-
-¿Ó será quizá un beso
esclarecedor, que solucione la psicodelia constante de pensar en lo que no es,
no fué y no será? ¿Uno que abrace la carga de la imaginación perpetua? ¿Un beso
que se lleve esa imaginación que devuelva lo ordinario? Ese es un beso que
calma ansiedades, un beso que baja la marea para poder ver mejor los corales.
-¡Quiero un beso de
magia Canelo! –exclamó con ansias la niña.
-En buena hora: cualquier
beso mío, es magia.
-Concedido- dijo
el canelo- Ahora te quedaste sin deseos
por cumplir.
Dicho esto, la niña envejeció.