miércoles, 24 de septiembre de 2014
Buenos días, su señoría.
Antes me enrojecía, me daba un calor insoportable en el pecho. La espalda tensionada de advertir lo que me vas a decir cuando pase por ahí. Un ruego interno de "que ya pase", "decímelo, así ya pasa".Pensaba.
Ni hablar del día en que pasaste detrás mío en bicicleta y me metiste la mano debajo del vestido. Me congelé. En un día de 40 grados, me congelé parada en la vereda.
A vos, ridículo. Te digo que no te tengo miedo. Posta. A los dos oficinistas-abogados fumando que cortan la conversación para "regalarte" un silencio, a esos tres en la construcción de la esquina, al que te dice algo desde el auto caro como si fuera su propia chota de alta gama. A vos, aunque te vistas de azul, con placa, y el cinto de apriete desagradablemente la panza: te voy a mirar. Porque cuando te miro, se vá el calor. Por que mis ojos te delatan. Porque yo tengo la fuerza de pararte, de no permitir que me pongas así. Te miro y no te tengo miedo, me das asco. Y vos también te das asco.
-¡BUEN DIA SEÑOR! ¡QUE TENGA UN BUEN DIA!-
Con la cabeza en alto.
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